Bodegón con cacharros
Hacia 1650. Óleo sobre lienzo, 46 x 84 cmSala 010A
Sobre una superficie de madera -mesa o repisa- se disponen, de izquierda a derecha, varios recipientes de materiales, formas y empleos dispares: una salvilla de peltre (bandeja con divisiones en las que se encajan copas o tazas) sobre la que se emplaza un complejo y refinado bernegal (taza ancha de boca y figura ondeada), probablemente de plata sobredorada; una alcarraza trianera (recipiente realizado en barro poroso que servían para refrescar el agua por evaporación) de las llamadas de cascarón de huevo; un búcaro de indias (seguramente del Virreinato de Nueva España, tal vez de Tonalá), y por último, otra alcarraza blanca de Triana encima de otro plato de peltre. Entre los protagonistas fundamentales de la obra aparece la luz, que hace emerger esos objetos de las tinieblas y realza los colores y los volúmenes, pero tal vez el más importante sea el efecto de silencio, que resulta casi palpable; también lo son la maestría del autor que logra un cuadro intemporal y los propios elementos descritos líneas atrás, configuradores de una obra que ha inspirado a críticos, estudiosos y poetas. El espectador tiene ante sí uno de los bodegones que con más frecuencia ha sido considerado prototípico del Siglo de Oro español y una obra frecuentemente utilizada por los historiadores del arte para ponderar la sabiduría compositiva de Zurbarán, su gusto por lo esencial y su tendencia, en ocasiones, al rigor geométrico. Y, sin embargo, constituye una autentica excepción dentro de la historia de la naturaleza muerta española y abunda en caracteres que contradicen las leyes de la perspectiva y la geometría, según es frecuente por otra parte en Zurbarán, que nunca destacó por su dominio de la plasmación en sus cuadros de los espacios mínimamente complicados. Lo que convierte a esta obra en algo distinto al resto de las representaciones del género en España es la, ya citada, ausencia del tiempo, que es precisamente uno de los elementos que sirven para dar una unidad de contenido a otras obras de este tipo. Frecuentemente las alusiones a la circunstancia temporal se llevan a cabo mediante la inclusión de flores o comestibles y, cuando no aparecen estos objetos relacionados con el mundo natural, no faltan calaveras que anuncian el irremisible destino del ser humano y, por extensión, de todas las cosas, o relojes que recuerdan que todo cambia para todos y que nada material permanece inalterable. En el bodegón de Zurbarán la única referencia temporal es la -por otra parte imprescindible- luz con su sombra. Su conversión en arquetipo del bodegón español se debe, sin duda, a su alta calidad, a su exposición en una institución universalmente conocida y a una tradición historiográfica que identifica la naturaleza muerta hispana con la desnudez retórica y la búsqueda de lo esencial (por contraste con la opulencia y sensualidad de bodegón italiano o flamenco, la suntuosidad contenida del holandés y el decorativismo del francés) y olvida la relativa variedad de fórmulas y tendencias que existieron en la pintura de este tipo en la península ibérica. Seguramente Zurbarán, sin apresuramiento al pintar este lienzo, fue llevando a cabo cada elemento calculadamente -uno a uno y en orden- lo que explica, en unos objetos, la ausencia de sombras proyectadas, y en otros, la poderosa presencia individual que despliega. En cuanto a su colocación se advierte que no son objetos alineados, sino que, rechazando la pura frontalidad, se muestran algo desviados respecto de su eje natural y desde luego tal giro está determinado para propiciar los juegos de luz y para crear de forma más verosímil y contundente los volúmenes. También hay que considerar que los objetos que configuran el presente bodegón no son cacharros estrictamente populares; por el contrario, podrían pertenecer al ajuar de un hogar con ciertas posibilidades económicas, sobre todo en los casos del bernegal de plata sobredorada y del búcaro de Indias. Se conoce una versión prácticamente idéntica, en un estado de conservación algo mejor, que fue donada al Museu d`Art de Catalunya por Cambó, el mismo coleccionista que donó al Prado en 1940 la presente obra.
Luna, Juan J., El bodegón español en el Prado: de Van der Hamen a Goya, Madrid, Museo Nacional del Prado, 2008, p.82-83