CAMBIO CLIMÁTICO

Cumbre de parís

La salud, la gran olvidada de la COP21

Una manifestación en la cumbre del clima de París.

Las cifras hablan por sí solas: la Organización Mundial de la Salud (OMS) prevé que se produzcan centenares de miles de muertes en todo el mundo debido al efecto del cambio climático para 2030. Nos referimos a las muertes resultantes de las catástrofes naturales, de la desnutrición o, incluso, del aumento de la presencia de enfermedades infecciosas. Ya estamos acusando las consecuencias de este calentamiento global, tal y como señala el informe 2015 sobre Salud y Cambio climático elaborado por la Comisión Lancet y publicado el pasado mes de junio. Olas de calor e inundaciones, ciclones y tormentas: estos son algunos de los fenómenos climatológicos extremos que se intensifican y que azotan todos los continentes. Estas catástrofes no solo provocan miles de muertes directas, sino también indirectas, sobre todo las que se producen por la contaminación del agua dulce o por las infecciones por cólera, una enfermedad que acaba con la vida de cerca de 120.000 personas al año. En Europa, las olas de calor de 2003 y de 2015 causaron miles de muertes. Países como India o Australia no se han librado durante estos últimos años.

El aumento generalizado de la temperatura podría propiciar la expansión de los ecosistemas favorables para el desarrollo de enfermedades como la malaria. En la actualidad, cerca de un tercio de la población mundial ya se encuentra expuesta a esta enfermedad que le arrebata la vida cada año a unas 600.000 personas que, en su mayoría, son niños menores de cinco años o mujeres embarazadas. A pesar de que el mosquito Anopheles, vector del paludismo, se encuentra localizado en zonas limitadas de África, Latinoamérica y del Sudeste Asiático, su hábitat abarcará nuevas zonas a causa de la elevación de las temperaturas medias. Este fenómeno, en combinación con otros (como la globalización de los intercambios), propagará rápidamente el riesgo de paludismo hasta regiones donde antes no había llegado. Esta enfermedad podría conquistar la cima del Kilimanjaro o el altiplano boliviano, pero también Asia central o zonas más cercanas a nosotros, como Turquía, el Magreb o La Camarga.

Lo mismo sucede con el mosquito tigre, que transmite la fiebre Chikungunya y el dengue. Cada año, se detectan 50 millones de casos de dengue y la OMS calcula que más de dos millones y medio de personas están expuestos a la enfermedad. Gracias al cambio climático, el mosquito tigre encuentra ahora en Europa las condiciones necesarias para su implantación. Se ha instalado ya en Portugal, Italia, Francia y España, donde se ha detectado en Cataluña, Comunidad Valenciana, Baleares, Murcia, Andalucía y el País Vasco. El año pasado hubo en España 266 casos de fiebre Chikungunya y este 2015 se ha producido el primer caso autóctono (contagiado dentro de sus fronteras y no en el extranjero).

El cambio climático también ha hecho mella en la sanidad al desencadenar movimientos migratorios desde las zonas más castigadas por el calentamiento. Los refugiados climáticos, que se ven obligados a abandonar su espacio vital, se arriesgan a exponerse a nuevas enfermedades. A este respecto, la tuberculosis representa una gran amenaza. A día de hoy, esta enfermedad es la responsable de 1,4 millones de muertes al año y se sabe que es una enfermedad muy frecuente entre los inmigrantes. ¡Y no hablemos de la repercusión que supone abandonar su tierra a los que son reacios! Es evidente que, si la temperatura media sigue aumentando y ello se combina con los movimientos poblacionales, se incrementará el riesgo de transmisión de enfermedades.

Estos hechos deberían ser suficientes para hacernos llegar a una clara conclusión: no se puede seguir aplazando el apoyo a la comunidad sanitaria. Deben comprometerse miembros del sector público y privado, comenzando por las empresas del sector de las ciencias de la vida responsables del progreso de la salud. Si actuamos ya, todavía estamos a tiempo de gestionar los efectos del cambio climático sobre la salud de la población mundial. No podemos permitir que la salud se convierta en la gran olvidada de la COP21.

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